Fergie Chambers pertenece a la décima familia más rica de Estados Unidos
Como una trama ingeniosa de Mark Twain emerge la historia de Fergie Chambers, quien desafía cada expectativa preconcebida sobre la frontera entre el jet set y la lucha social. Tal como Twain exploró las complejas ironías de la sociedad americana con su característico ingenio y escepticismo, este heredero de la décima familia más rica de Estados Unidos, según Forbes, se proclama comunista.
James Cox Chambers Jr., conocido entre su círculo cercano de activistas como Fergie Chambers, se convirtió al comunismo en plena adolescencia, como quien elige montar un camino de espinas sobre un lecho de rosas, contó Rolling Stone. Su deseo no era solamente renegar de la fortuna que lo cobijaba, sino transformarla en el arma más potente contra el mismo sistema que la generó. Así, fundó el Babochki Collective, destinado a convertir un caudal de millones —actualmente en el proceso de amplificarse a unos USD 250 millones— en el motor de una infraestructura socialista.
Fergie rechaza el papel predeterminado que su dorada cuna le tenía reservado. Lo vemos adentrarse en las trincheras urbanas, armado no con el esperado cheque caritativo sino con una pasión ardiente por la justicia social. Lo encontramos desafiando al statu quo sin advertir que es, a la vez, el epítome viviente de la ironía: un millonario que se encadena a una fábrica de armas en Cambridge, Massachusetts, para protestar, por ejemplo. Un hombre decidido a usar su herencia no para adornar su persona sino para desafiar los pilares que, irónicamente, sostienen su mundo. Un espectáculo en sí mismo.
En Washington, D.C., Chambers empleó su arte como un vehículo para la disidencia, o algo así: durante una manifestación pro-Palestina, pintó una proclama política. Su blanco elegido, un McDonald’s, sirvió como lienzo para una declaración contundente contra las injusticias enfrentadas por el pueblo palestino, una acción que eventualmente lo llevaría a enfrentarse con la ley: terminó detenido.
La cosa se complica con su más reciente némesis, el proyecto Cop City, en Atlanta: la propuesta de construir un centro de entrenamiento policial de USD 90 millones de dólares, que ha encendido las pasiones de los activistas locales desde su anuncio. Fergie usa sus recursos, que provienen de Cox Enterprises, en su cruzada personal contra la era de la razón y el capital. Pero hete aquí que precisamente Cox Enterprises, es decir la familia Cox de la cual Fergie es parte, puso USD 10 millones sobre la mesa para el proyecto de Cop City, observó Mother Jones. Así que, en resumidas cuentas, nuestro Robin Hood de la era de Instagram está financiando la rebelión con el oro del rey.
Chambers, cuya presencia destaca en cualquier multitud no solo por sus ideales sino también por su distintivo estilo personal, vive sus días en New Hampshire, envuelto en un aura de discrepancia ideológica y material. Maneja un robusto Tacoma con placas de matrícula que deletrean “CCCP”, un guiño nada sutil: las siglas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Este contraste entre sus raíces y su admiración por la Unión Soviética se extiende a su piel, marcada por tatuajes que narran su compleja identidad: desde el doble retrato de Stalin y Mao en su muslo, pasando por logotipos de equipos deportivos de las ciudades que ha llamado hogar, hasta una cita de Flannery O’Connor.
El hogar de Fergie, un moderno bastión de madera clara y ventanas amplias que revelan el verde saturado de las montañas húmedas del verano, es un santuario de sus pasiones e ideales. Una estantería rebosa de copias de El manifiesto comunista, de Friedrich Engels y Karl Marx, y La gobernanza de China, de Xi Jinping, mientras una foto enmarcada de Fidel Castro adorna un pequeño refrigerador cerca de una máquina italiana de espresso de USD 6.000, porque la revolución y el buen café no están enemistados, parece.
Fergie siempre ha agradecido el amor de su abuela, Anne Cox Chambers, quien además de haber sido embajadora estadounidense en Bélgica, también fue pieza de un sistema que, según él, merece ser desmantelado. Cuando Anne Cox Chambers se despidió del mundo en febrero de 2020, a la edad de 100 años, no sin antes asegurarse de repartir una fortuna de USD 34.500 millones entre sus descendientes, dejó a Fergie definitivamente bien instalado en la vida, por si necesitaba alguna ayuda adicional.
Entre el lujo y la ideología, Chambers traza un camino singular, vive más contradictoria que peligrosamente entre la opulencia material y su lucha por el comunismo.
Sus comunas en Massachusetts brillan como la joya de la corona de sus contradicciones. En un vasto terreno en los Berkshires, que Fergie compró en 2019, vive un colectivo de jóvenes idealistas y activistas a tiempo parcial, todos reunidos bajo la bandera del descontento con el capitalismo, pero no lo suficientemente descontentos como para rechazar el WiFi gratis.
Esta comuna tiene viviendas, un espacio para educarse hacia la liberación, una granja colectiva y un Gimnasio del Pueblo, “gratuito para la clase trabajadora y cerrado permanentemente a policías, militares en activo, terratenientes y capitalistas”, según le dijo el millonario a The Free Press. Uno no puede evitar preguntarse si un letrero en la puerta realmente mantiene alejados a los fantasmas de la plutocracia o simplemente sirve como el último grito de moda en la decoración revolucionaria.
En la epicúrea contradicción que es Fergie Chambers, hallamos una reflexión profunda sobre la naturaleza del activismo en la era de la hipercapitalización. Su figura, marcada por la disonancia entre su linaje y sus ideales, nos obliga a cuestionar las bases mismas sobre las cuales construimos nuestras nociones de compromiso y cambio social. ¿Es posible purgar el pecado original del capital a través de la misma riqueza que lo perpetúa? Chambers no solo plantea la pregunta, sino que vive en la médula de su contradicción: nos ilustra que quizá las mayores batallas se libran en los campos más inesperados y con las armas más improbables.
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